Este pequeño cuento resume el porque de la creación de este blog. Con mucho cariños les doy la BIENVENIDA a todo aquel que lo visite y quiera quedarse, que lo disfruten. Graciela

"A las puertas del cielo llegaron un día cinco viajeras
- ¿Quienes son Ustedes? les preguntó el guardián del cielo.
- Somos - Contestó la primera - LA RELIGIÓN
- LA JUVENTUD...- dijo la segunda
- LA COMPRENSIÓN...- dijo la tercera
- LA INTELIGENCIA... - dijo la siguiente
- LA SABIDURÍA - dijo la última
- Identifíquense!! - ordenó el carcerbero
Y entonces...
La religión se arrodilló y oró. La juventud se rió y cantó. La comprensión se sentó y escuchó. La inteligencia analizó y opinó. Y la sabiduría... contó un cuento."


(tomado de una idea de Anthony de Mello, modificada por Jorge Bucay)


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viernes, 12 de marzo de 2010

CUANDO ARREGLEN LOS TRANVÍAS

Un recuerdo de mi niñez, mi abuelo, su recuerdo y el paso del tiempo,
tal vez en un rinconcito de mi alma sigo esperando que arreglen los tranvías,
con nostalgia, cuando me trasladaba en tranvías en Milan, recordaba esta parte de mi niñez,lo comparto:

Cuando murió mi abuelo yo tenía 3 años y 8 meses exactamente.
Tengo recuerdos fugaces, como diapositivas que van pasando, una imagen congelada, un gesto, un entorno.
Sentados en el umbral de casa, mirando hacia la calle, clic, foto.
El abuelo en la cama, con el tubo de oxígeno a su lado,clic, foto.
El abuelo yendo a buscar algo y yo siguiéndolo, clic, foto.
Esa costumbre, algo tétrica, de velar a los muertos en la propia casa, y no en una casa velatoria, recuerdo una habitación sin los muebles habituales, ahora ocupada por el “cajón de muertos” como lo llamaba yo, al ataúd.

Flores, coronas alrededor, sillas dispersas ocupadas, gente parada, mucha gente en casa, toda la familia junta, Mi abuela sentada al lado, con ambas manos sobre su cara, sin poder contener su llanto. Me impresionó, no la muerte, sino a mi abuela envuelta en llanto. Jamás la había visto así.
El abuelo yacía tranquilo, calmo, no me dio miedo, lo miraba con curiosidad, esa forma extraña de dormir sin regreso. Incomprensible para mi edad. Click, otra foto.

Y las anécdotas que me han ido contando. Que no puedo recordar, pero están en mi mente como si yo las recordara vívidamente.
La foto de mi abuelo yendo a buscar algo y yo siguiéndolo: iba a buscar una botella de Gancia que tenía escondida, lo tenía prohibido. Yo lo veía beber y pedía, y él contestaba,
- “bueno, pero no digas nada, bebe apenitas, un mojarse los labios nada más”
Y seguía al abuelo, diciendo:
- “beio (abuelo en mi lenguaje) , apenitas.”
Eso causó la curiosidad de mi mamá y mi abuela, hasta que descubrieron la razón del “apenitas”. Lo descubrieron in fraganti, mea culpa, y quedó para la anécdota familiar.

Otra foto: sentados almorzando, o cenando, y el abuelo, rezongando por algo. La abuela, para acabar con la discusión, me dijo
:- este abuelo está muy rezongón, qué te parece si lo cambiamos por otro?”
Lo miré, pensativa, y contesté:
-“Si, pero por otro igual a este”.
Vaya ganancia, vaya cambio.
Me cuentan que las lágrimas rodaban por sus mejillas. A pesar de sus rezongos y del pedido de cambio, seguía eligiendo al abuelo que conocía, esa cara, ese pelo, esos bigotes, esa persona buena, esa cara de abuelo que siempre alguien idealiza, con una foto, un dibujo, exactamente esa era la cara de mi abuelo. Y yo no podía menos que pedir uno igualito. En mi inocencia, sin saberlo, le estaba regalando el amor, la ternura, la calidez de mi infancia, el amor de un nieto.

Después de su muerte, lo extrañaba y buscaba, en silencio por toda la casa, sin decir nada. Algo intuía, pero no preguntaba. Mi niñez de hija única me permitía deambular y jugar e inventarme universos, planetas y lugares exclusivos, cuando no estaba compartiendo juegos con otras nenas de mi edad. Y en esos paseos solitarios lo buscaba. En algún momento iba a encontrar una respuesta, estaba segura.
Cerca de casa (Villa Urquiza) había un lugar, un terreno amplio, con tranvías en desuso, sobre una avenida, aún había trolebuses, recuerdo haber viajado en alguno, ramalazos de imágenes, se avisaba al conductor que frenara en la próxima parada tirando de una soguita...clic, otra foto
Yo, insistiendo, preguntaba, inocente, esperanzada:
“¿Cuándo va a volver el abuelo?”
Y me contestaban, sin animarse a decirme que no volvería:
- “Cuando arreglen los tranvías”
Oportuna pregunta justo cuando pasábamos frente a ese terreno con esos tranvías, respuesta oportuna.
Cada vez que pasábamos por ahí, miraba, ansiosa, no veía disminuir la cantidad de tranvías casi chatarras.
Con el tiempo, fui comprendiendo las cosas. Y sabía que no habría tranvías que me trajeran al abuelo conmigo.
Pero, sin quererlo, inconscientemente, buscaba ese terreno con los tranvías, y miraba, y desalentada veía como seguían sin arreglar, ya hechos chatarra. Hasta que fueron desapareciendo. Años más tarde, ese terreno ya vacío de tranvías, en algún viaje a Buenos Aires (ya no vivía allá), pasaba por ahí y veía el vacío dejado por tranvías. Ya no volvería, era definitivo.
Con el tiempo ese terreno se fue transformando y hoy, ya no lo reconocería, ni la avenida, ni las calles circundantes, sólo que estaba en mi barrio.
Pero aún hoy, cuando vuelvo a ese barrio, busco en las avenidas algún terreno que se parezca al terreno de mi infancia, busco el tranvía que algún día traerá al abuelo, remozado, flamante tranvía, probablemente lleno de abuelos que vendrán a jugar con los nietos que dejaron su infancia guardadita en un rinconcito protegido.

Este relato ha sido enviado y redactado por una amiga en Facebook, Edith Santana de Cancela, gracias por compartirlo!

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